Política Criminal - Cultura - 30/12/2021

ManHunt y el caso del «Unabomber»

Por Eugenio A. Camadro Jáureguy

por Eugenio A. Camadro Jáureguy*

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“La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.
Shakespeare, «Macbeth», Acto V, Escena V

 

«Manhunt: Unabomber» (2017) es una miniserie de ocho episodios disponible en Netflix, creada por Andrew Sodroski, Jim Clemente y Tony Gittelson. En ella se narra de manera detallada la historia verídica del caso de persecución, por parte del FBI, del célebre terrorista conocido como el Unabomber (nombre que se deriva del alias “Unabomb”, creado por el FBI a partir del sobrenombre “University and Airline Bomber” o “Terrorista de Universidades y Aerolíneas”), quien ente 1978 y 1995 cometió atentados con paquetes explosivos a través del correo postal.

La narración tiene las características de una historia de suspenso, con dos ejes centrales que estructuran la historia. Esos ejes se desarrollan simultáneamente y de manera intercalada en distintos tiempos; se centran, respectivamente, en el antagonista, por un lado, y su persecución por el otro, descripta como un particular viaje del héroe.

La trama avanza de la mano del personaje de Jim Fitzgerald, un criminalista especializado en la elaboración de perfiles que es contactado por el FBI para colaborar en la persecución. Para ese fin, es desarrollada una forma de análisis y comparación lingüística centrado en los giros personales en la escritura y los idiolectos que – en la trama – lleva a la aprehensión de Kaczynski.

Como muchas otras series americanas de su tipo, se pretende brindar una representación detallada de las “mentes criminales”, en particular la del protagonista del caso verídico del Unabomber, que saltó a los medios de comunicación norteamericanos a finales de los años 70, y se extendió hasta entrada la década de los años 90, aunque muchos de sus detalles no fueron conocidos hasta tiempo después.

Theodore Kaczynski fue un niño considerado como superdotado, que inició sus estudios en la Universidad de Harvard, al tiempo que participaba en una investigación financiada por la CIA denominada MK Ultra, en la que estudiantes voluntarios eran sometidos a maltrato psicológico con el fin de estudiar sus reacciones. Finalizado su doctorado en matemáticas, paso una temporada impartiendo clases, para dejar luego la vida universitaria y retirarse a una cabaña en las montañas (Kaczynski, 2010: 36).

Tras unos años viviendo en la naturaleza de manera relativamente aislada y muy austera, Kaczynski comenzó su cruenta cruzada personal contra la sociedad industrial y lo que él consideraba sus males. Desde 1978, y hasta 1995, envío, al menos, dieciséis bombas a objetivos simbólicos diversos sin conexión evidente entre sí, acabando con la vida de tres personas e hiriendo a otras veintitrés (Wiehl, 2020: 299).

En 1995, el Unabomber se dirigió a distintos periódicos, prometiendo detener sus ataques terroristas si era publicado un manifiesto, titulado “Sociedad industrial y su futuro”, que fue finalmente impreso el 19 de septiembre de 1995 en el Washington Post y el New York Times.

En el ensayo criticaba abiertamente y de manera descarnada los efectos del uso sistemático de la tecnología y sus consecuencias nocivas para los individuos, las comunidades y el medio ambiente, exponiendo su particular filosofía neoludita (Kaczynski, 2010: 36). Poco después de este evento, Kaczynski fue detenido; y luego condenado a cadena perpetua sin opción a libertad condicional, pena que cumple en la actualidad en el Estado de Colorado (Estados Unidos).

Por fuera del recorrido histórico, lo cierto es que toda historia – real o ficticia –, suele ser tan interesante como el villano que la motoriza. Si bien es cierto que los héroes se nos presentan como representaciones de distintos valores ideales, también suelen tener un carácter abiertamente reactivo, en el sentido de que solo reaccionan ante los eventos impuestos por la causalidad, actúan en las narraciones con base en los acontecimientos externos, que los arrastran y definen en un mundo que les es dado. Mientras que los antagonistas, ante todo, se nos presentan como agentes y motores del cambio, que vienen a cuestionar y subvertir el statu quo (Graeber, 2015: 203).

En este sentido, en buena medida la serie brilla por su antagonista, quien esboza de manera tangencial al desarrollo de la trama un vistazo del neoludismo como justificación racional de acciones injustificables. Las bases de esta corriente filosófico-política, a la luz de los desafíos que afronta la humanidad en este siglo, resulta cada vez más interesante como materia de estudio, en tanto plantea el interrogante sobre la cuestión de un desarrollo humano sostenible (Jones, 2006: 218).

Ahora bien, la serie no solo se limita a describir la intrincada psiquis de Kaczynski, sino que también – como se dijo – se desarrolla a partir del viaje de un héroe y los avatares presentados por los obstáculos institucionales de los operativos de inteligencia criminal a gran escala. Dando cuenta, además, en una lectura más sutil, de la exagerada importancia cultural de los arcos heroicos en las historias que elegimos contarnos y la forma en que condicionan nuestras representaciones del mundo (Campbell, 1949: 45).

En los sucesos históricos reales Jim Fitzgerald, si bien revistió cierto papel en la captura del Unabomber (Fitzgerald, 2017), no fue en modo alguno el protagonista central como es narrado en la serie, siendo la captura el resultado de un esfuerzo conjunto. Se trata así, de un sincretismo de distintas personas que colaboraron en la identificación, captura y condena del mismo (Wiehl, 2020: 299). En esta línea, por fuera del análisis concreto que se viene haciendo hasta aquí, cabe formular dos interrogantes genéricos:

El primero, ¿por qué los medios de comunicación masiva eligen representar versiones distorsionadas de los esfuerzos institucionales de tipo colectivo? Esto sucede tanto cuando se trata de casos de “éxito” – así como se presenta en esta serie – como en los fracasos, la mayoría de los cuales se construyen, en primer lugar, a partir de la indiferencia y la negligencia de quienes trabajan en instituciones estatales.

El segundo, ¿qué efectos tiene estas representaciones en el ideario colectivo, en los actores institucionales y en la conformación de políticas criminales concretas?

Las ficciones que nos damos, constituyen y determinan en buena medida nuestra visión del mundo, influyendo incluso en muchas pulsiones primarias, algunas de las cuales incluso nos condicionan a la hora de distinguir aquello que calificamos como bueno o malo, así como los grises que suelen encontrarse entre estos extremos.

Los medios de comunicación son de los principales constructores de la realidad y percepción social, en tanto organizan y estructuran conocimientos y significados para audiencias masivas. El bombardeo constante de historias ficcionadas desde edades muy tempranas (las cuales, independientemente de su complejidad, siempre terminan siendo una reducción de los incontrastables matices de la realidad), difícilmente se pueda considerar inocuo, y mucho menos en materias en las que la percepción social motiva y justifica las respuestas y formas de abordaje que le damos a los problemas reales.

La ficción es, ante todo, una forma de ilusión, y como tal se constituye en una fuente significativa de vitalidad, que alimenta la imaginación y lleva a ver el mundo con nuevos ojos. Pero en un mundo plagado de una multiplicidad de narrativas, en el que al empezar una nueva serie parecemos olvidar la anterior, esta hipertrofia de ficciones, finalmente puede conducirnos muchas veces al desencanto ante lo real (Rodríguez Herrero, 2012).

En este orden, se alimenta de manera inconsciente, sobre todo en aquellos relatos no reales, pero sí verosímiles (en los que el pacto de ficcionalidad resulta más borroso), la brecha entre las expectativas sociales (adquiridas por años de condicionamiento) y la posibilidad efectiva de respuesta de los distintos actores sociales e institucionales. Llevándonos muchas veces a olvidar, que la innumerable cantidad de series al estilo de CSI son a la investigación criminal, lo que Star Strek a la exploración espacial.

La relación entre los medios de comunicación – sobre todo con el periodismo – y la cuestión criminal ha sido estudiada de manera extensa; sin embargo, es conveniente subrayar que la forma en que las ficciones nos condicionan individualmente y a la implementación de políticas públicas no ha recibido atención suficiente. No es raro así, que en cursos de capacitación se emplee la filmografía americana para promover sistemas de enjuiciamiento o que los medios reclamen y justifiquen acciones desmedidas de los agentes estatales en base a estas representaciones de los valores sociales.

Así, la distorsión que la ficción genera en nuestras percepciones se vuelve un obstáculo para identificar cómo se investiga efectivamente en la realidad (en particular en sistemas culturales e institucionales como los nuestros, los cuales son distintos de los que provienen las representaciones) y cómo se debería investigar (por ejemplo, parecería que damos por sentado cosas tan simples como el hecho de que existan fuerzas de seguridad exclusivamente dedicadas a la investigación, esquema que en nuestro medio a la fecha no ha sido posible implementar).

«ManHunt: The Unabomber», pese a estas consideraciones anteriores, cumple al dar cuenta de forma entretenida de una persecución criminal a gran escala, constituyendo un interesante thriller policial, que describe bastante bien un suceso histórico real, sugiriendo de manera colateral algunas preguntas filosóficas más profundas, respecto del seguimiento de reglas y la forma en que elegimos vivir.

Por fuera de las posibles reflexiones o interrogantes abiertos sobre la relación entre la realidad y la ficción, lo cierto es que cuando la televisión – en cualquiera de sus formatos actuales – intenta contarnos historias reales, debemos recordar que, en el mejor de los supuestos, lo que se relata pasó más o menos así, aunque, probablemente, de forma mucho más compleja y caótica y, con toda seguridad, con personas menos atractivas.

 

Bibliografía

Campbell, J., 1949: The Hero with a Thousand Faces -Conmemorative Edition 2004-, New Jersey: Princeton University Press.

Fitzgerald, J., 2017: A Journey to the Center of the Mind. Book III: The (First Ten) FBI Years, Philadelphia: Infinity Publishing.

Graeber, D., 2015: La utopía de las normas. De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia, Barcelona: Ariel. (Traducción al español de Joan Andreano Weyland)

Jones, S. E., 2006: Against Technology. From the luddites to Neo-Luddism, New York: Routledge.

Kaczynski, D., 2016: Every last tie. The story of the Unabomber and his family, Durham: Duke University Press.

Kaczynski, T., 2010: Technological Slavery: The Collected Writings of Theodore J. Kaczynski, Washington: Feral House.

Rodríguez Herrero, V. 2012: «Cine, sociología y antropología. La construcción social de la ficción cinematográfica», Gazeta de antropología, n. 28/1, artículo 13. DOI: 10.30827/Digibug.20643

Wiehl, L., 2020: Hunting the Unabomber: The FBI, Ted Kaczynski, and the Capture of America’s Most Notorious Domestic Terrorist, Virginia: Thomas Nelson.

 

*Eugenio A. Camadro Jáureguy es Magister en Global Rule of Law and Constitutional Democracy por la Università degli studi di Génova, Italia. Especialista en Derecho Constitucional por la Universidad de Salamanca, España. Abogado por la Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina. Miembro del Seminario de Investigación permanente «Explicación y Comprensión» sobre Teoría General y Filosofía del Derecho de la UNMdP. Empleado del Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.

** Esta reseña fue recibida el 30 de julio de 2019 y aceptada el 17 de agosto de 2019.

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